Or son parecchi anni io
percorreva in un vespro di giugno questa pianura matovana: Lussureggiava la
messe nell' allegrezza della estate; tra la verdura ondegginate come un mare,
per le strade polvorose, affollate dei tornanti da' mercati, risonavano i rumori della vita e del lavoro;
biancheggiavano le casette giulive tra i grande e diritti alberi; e il tramonto
involgeva tutto d'un rosso vaporoso tepore. Giungi a Castel d'Ario; e in
iscuole ariose e pulite vidi facce serene di fanciulli e fanciulline fiorenti,
u udii da quelle bocche salir canti di gioia ammonenti a virtú. Le madri
sorridevano su gli usci, gli uomini slegevano i bobi dai carri e i giovenchi
mugolavano da la stalle. Una rocca del medio evo, di cui l'ellera corriditrice
velava i crepacci, arrosita da fuochi del tramonto parea vergonarsi della sua
inutile e crudeli leggiadria in mezzo a' trionfi della pacifica industria e del
lavoro umano. Tra quei canti di fanciulli, tra que' muggiti de giovencchi, in
quelli aspetti di bellezza, di forza, di tranquillità, io sentii nel mio cuore
lo spirito di Virgilio".
Hace algunos años yo recorría en
un atardecer de junio esta llanura mantuana: Resplandecían las mieses en la alegría
del verano; entre los prados ondeantes como un mar, por los caminos polvorientos,
repletos de los que volvían del mercado, resonaban los rumores de la vida y del
trabajo; blanqueaban la casitas joviales entre los árboles robustos e
inhiestos; y la puesta de sol envolvía todo con una rojiza vaporosa tibiez.
Llegué a Castel d'Ario; y en escuelas aireadas y limpias vi caras serenas de
chiquillos y chiquillas florecientes. Y oí salir de aquellas bocas cantos de
alegría que invitaban a la virtud. Las madres sonreían desde el umbral, los
hombres desuncían los bueyes de los carros, y los becerros mugían en los
establos. Una fortaleza de la Edad Media, cuyas grietas ocultaba una hiedra
trepadora, enrojecida por los fuegos de la puesta, parecía avergonzarse de su
inútil y cruel fealdad en medio del triunfo de la industria pacífica y del trabajo
humano. Entre aquellos cantos de chiquillos, entre aquellos mugidos de
becerros, en aquella contemplación de belleza, de fuerza, de tranquilidad, yo
sentí en mi corazón el espíritu de Virgilio.
Así describía el poeta Giosué
Carducci los alrededores de Mantua, en el discurso que pronunció el 30 de
noviembre de 1884, con motivo de la construcción de un monumento dedicado a
Virgilio en el pueblo de Piètole, la Andes antigua, aldea natal del gran poeta
romano.
El monumento, situado en la
entrada del pueblo, junto a la carretera que va de Mantua a Parma, consiste en
un pequeño y delicado jardín, en cuyo
centro se alza, sobre una gran columna de piedra, la estatua en bronce del poeta,
con aspecto noble y sereno, vestido con la toga y coronado de laurel.
Probablemente el paisaje que
describía Carducci era mucho más cercano al que pisó Virgilio que el que
podemos contemplar hoy: Las mieses de trigo han dejado su paso a grandes
extensiones de maíz, los establos son ahora granjas, los caminos polvorientos
se han convertido en carreteras asfaltadas y los bueyes y los carros han sido
sutituídos por tractores y coches.
Aun así, hoy como antaño,
Piètole es un lugar en dónde se respira una gran paz y tranquilidad. Consta de
dos núcleos urbanos, Piétole Nuovo, construido en el primer cuarto del siglo
XIX, y, a un quilómetro y medio en dirección al río Mincio, Piètole Vecchio. El
nucleo antiguo fue incendiado en el siglo XIII y saqueada durante el asedio de
Mantua de 1630. A principios del siglo XVIII la zona fue ocupada por los
franceses que aplanaron el Mons Vergilii, la colina que Virgilio
describe en las Bucólicas, y construyeron allí un fuerte que hoy es una
ruina devorada por la maleza.
Es aquí, en Piètole Vecchio, donde
Dante situó la antigua Andes:
E
quell'ombra gentil, per cui si noma
Pietola
più che villa Mantovana
Y
aquella sombra ilustre, por que se nombra
Piétola
antes que vila Mantuana.
(Purgatorio
XVIII 82-83)
Yo también he venido hasta Andes
para que mi corazón, como el de Carducci, pudiera sentir el espíritu de
Virgilio. Y puedo decir que lo he sentido. Ya lo llevaba dentro cuando pisé las
llanuras mantuanas, es cierto. Como también es cierto que hay un lugar en el
que ese sentimiento se ha manifestado en toda su radiante plenitud: la
Vallazza.
La Vallazza es un pequeño
embarcadero junto al rio Mincio, a doscientos metros de Piètole Vecchio, un
espacio protegido dentro del ya protegido Parco dil Mincio. Durante mi breve
estancia veraniega en Andes / Piètole, el sol inclemente que señorea este mes
de julio, con temperaturas que rondan los 40 grados, me ha llevado a buscar las
horas frescas del día para dedicarme a pasear, ir en bici, leer y a escribir,
ya sea con la primeras luces del alba, o con el vaporoso caer de la tarde (le
pido prestado el adjetivo "vaporoso" a Carduccí (me encanta ese
adjetivo toda la secuencia de Carducci para describir la puesta, il tramonto,
en italiano: "il tramonto involgeva tutto d'un rosso vaporoso
tepore". Es un adjetivo muy oportuno, porque, en efecto, a causa de la
cercanía del río y de las innumerables acequias que discurren junto a los
caminos de la llanura, en el ambiente del alba y de la puesta, un ligera
neblina envuelve casa y prados.
Así pues, cuando las luces de mi
primer alba en Andes entraron por la ventana de mi habitación, tomo un ligero
desayuno, me visto con ropa fresca y cómoda, cojo un ejemplar de las Bucólicas
de Virgilio y me dirijo a la Vallazza. La intención no es otra que, con el
frescor de la mañana, leer la églogas allí donde nacieron.
Llego hasta el río Mincio por un
sendero de tierra. Junto al camino, sombreado incluso en las horas centrales
del día, discurre una acequia en la que despuntan cañas y juncos. Se respira
una paz inmensa. Una veintena de barcas de pescadores reposan en el pequeño
embarcadero y un bosquecillo de chopos cobija un merendero fresco y limpio. El
Mincio, en su amplísimo meandro, fluye
silencioso, lento y pausado. Lejos del alboroto de la ciudad, aquí sólo se
escucha el canto de las cañas y de las hojas mecidas por la brisa.
Me siento en un banco junto a la
orilla. Disfruto durante un buen tiempo de la tranquilidad y del silencio. El
alba ya ilumina la mañana y, en poco tiempo, un sol rojizo se alza sobre los árboles
de la orilla opuesta y se refleja sobre el río. Dos cisnes se han acercado al
embarcadero, buscando comida entre los cañizares. Una gran carpa ha saltado
fuera del agua para cazar al vuelo algun insecto que le servirá de
desayuno.
A esas horas aun no hay nadie en
la Vallazza. Abro el libro. Quiero que, en un humilde homenaje al poeta, sus
versos resuenen de nuevo junto al río, así que leo en voz alta el texto de la
primera égloga:
"Tityre, tu patulae recubans sub
tegmine fagi...·
Como es bien sabido, la primera
égloga de Virgilio es un precioso diálogo entre dos pastores, Títiro y Melibeo.
Melibeo debe abandonar las tierras paternas a causa de las confiscaciones de
tierras que siguieron a la guerra civil. Títiro, en cambio, podrá conservar sus
campos gracias a la intervención de un "joven divino", César Octaviano,
el futuro emperador Augusto. Todos los comentaristas antiguos y modernos
coinciden en que el poema refleja una situación vivida realmente por Virgilio,
ya que su familia fue víctima de las confiscaciones, y fue Octaviano quien, por
mediación de personajes influyentes como Aisinio Polión, le restituyó las tierras. Melibeo no muestra
ni ira ni rencor sino tan solo una infinita tristeza que transciende lo
particular para ser un canto al dolor universal de todos aquellos que, aun hoy,
tienen que abandonar su hogares, empujados por las guerras, la intolerancia y
la miseria.
Busco en el texto y releeo los
versos en donde Virgilio describe los campos (habla Melibeo, dirigiéndose a
Títiro):
Fortunate
senex, ergo tua rura manebunt...
Afortunado
anciano, pues conservarás tus campos,
y bastará
con ello. Aunque la roca desnuda
y la marisma
cubran de junco fangoso el prado,
no enfermarán
las hembras en pastos desconocidos
ni sufrirán
los males de los rebaños vecinos.
Aquí, feliz
anciano, entre rios conocidos
y entre
fuentes sagradas, tendrás una sombra fresca.
Aquí, igual
que siempre, junto al seto del vecino,
cuando las
abejas liben la flor de la sauceda,
te invitarán
al sueño con su zumbido lligero.
Aquí, bajo
una peña, cantará tu podador,
y las
torcaces, delicias tuyas, no dejarán
de gemir, ni
las tórtolas, ni desde la copa de un olmo.
Cierro el libro. Respiro una
nueva bocanada de serenidad y regreso con aquello que vine: con Virgilio en el
corazón.
Nota: Este escrito ha nacido un día caluroso de julio en
Figueres, recordando mi estancia reciente en Andes: los paisajes y
situaciones descritos, el pueblo, el
río, los cisnes, son absolutamente objetivos y tangibles. En cuanto al resto,
especialmente el uso de los adjetivos y del punto de vista, pertenecen al campo
de la percepción subjetiva de la realidad y se quedan, por lo tanto, en el baúl
de las emociones. El fragmento del discurso de Carducci y los versos de Virgilio
han sido traducidos por quien os habla. Para Virgilio me he decantado por una
serie de casi-alejandrinos formados por dos hemistiquios de 5+7 sin rima. La
imagen que encabeza esta nota fue captada en el amanecer que se describe en el
texto. En cuanto a la música, decidme que me repito, pero tenía que ser un
fragmento del "Verano" de Vivaldi. Como yo no entiendo mucho de esto,
me he dejado guiar por "el señor Youtube" y he elegido una versión
interpretada por Mari Silje Samuelsen:
https://www.youtube.com/watch?v=-fpvdXNcr90
Para ti, lector, con cariño.
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