sábado, 29 de julio de 2017

Andes, quell'ombra gentil


Or son parecchi anni io percorreva in un vespro di giugno questa pianura matovana: Lussureggiava la messe nell' allegrezza della estate; tra la verdura ondegginate come un mare, per le strade polvorose, affollate dei tornanti da' mercati,  risonavano i rumori della vita e del lavoro; biancheggiavano le casette giulive tra i grande e diritti alberi; e il tramonto involgeva tutto d'un rosso vaporoso tepore. Giungi a Castel d'Ario; e in iscuole ariose e pulite vidi facce serene di fanciulli e fanciulline fiorenti, u udii da quelle bocche salir canti di gioia ammonenti a virtú. Le madri sorridevano su gli usci, gli uomini slegevano i bobi dai carri e i giovenchi mugolavano da la stalle. Una rocca del medio evo, di cui l'ellera corriditrice velava i crepacci, arrosita da fuochi del tramonto parea vergonarsi della sua inutile e crudeli leggiadria in mezzo a' trionfi della pacifica industria e del lavoro umano. Tra quei canti di fanciulli, tra que' muggiti de giovencchi, in quelli aspetti di bellezza, di forza, di tranquillità, io sentii nel mio cuore lo spirito di Virgilio".

Hace algunos años yo recorría en un atardecer de junio esta llanura mantuana: Resplandecían las mieses en la alegría del verano; entre los prados ondeantes como un mar, por los caminos polvorientos, repletos de los que volvían del mercado, resonaban los rumores de la vida y del trabajo; blanqueaban la casitas joviales entre los árboles robustos e inhiestos; y la puesta de sol envolvía todo con una rojiza vaporosa tibiez. Llegué a Castel d'Ario; y en escuelas aireadas y limpias vi caras serenas de chiquillos y chiquillas florecientes. Y oí salir de aquellas bocas cantos de alegría que invitaban a la virtud. Las madres sonreían desde el umbral, los hombres desuncían los bueyes de los carros, y los becerros mugían en los establos. Una fortaleza de la Edad Media, cuyas grietas ocultaba una hiedra trepadora, enrojecida por los fuegos de la puesta, parecía avergonzarse de su inútil y cruel fealdad en medio del triunfo de la industria pacífica y del trabajo humano. Entre aquellos cantos de chiquillos, entre aquellos mugidos de becerros, en aquella contemplación de belleza, de fuerza, de tranquilidad, yo sentí en mi corazón el espíritu de Virgilio.

Así describía el poeta Giosué Carducci los alrededores de Mantua, en el discurso que pronunció el 30 de noviembre de 1884, con motivo de la construcción de un monumento dedicado a Virgilio en el pueblo de Piètole, la Andes antigua, aldea natal del gran poeta romano.
El monumento, situado en la entrada del pueblo, junto a la carretera que va de Mantua a Parma, consiste en un  pequeño y delicado jardín, en cuyo centro se alza, sobre una gran columna de piedra, la estatua en bronce del poeta, con aspecto noble y sereno, vestido con la toga y coronado de laurel.
Probablemente el paisaje que describía Carducci era mucho más cercano al que pisó Virgilio que el que podemos contemplar hoy: Las mieses de trigo han dejado su paso a grandes extensiones de maíz, los establos son ahora granjas, los caminos polvorientos se han convertido en carreteras asfaltadas y los bueyes y los carros han sido sutituídos por tractores y coches.
Aun así, hoy como antaño, Piètole es un lugar en dónde se respira una gran paz y tranquilidad. Consta de dos núcleos urbanos, Piétole Nuovo, construido en el primer cuarto del siglo XIX, y, a un quilómetro y medio en dirección al río Mincio, Piètole Vecchio. El nucleo antiguo fue incendiado en el siglo XIII y saqueada durante el asedio de Mantua de 1630. A principios del siglo XVIII la zona fue ocupada por los franceses que aplanaron el Mons Vergilii, la colina que Virgilio describe en las Bucólicas, y construyeron allí un fuerte que hoy es una ruina devorada por la maleza.

Es aquí, en Piètole Vecchio, donde Dante situó la antigua Andes:

E quell'ombra gentil, per cui si noma
Pietola più che villa Mantovana

Y aquella sombra ilustre, por que se nombra
Piétola antes que vila Mantuana.

(Purgatorio XVIII 82-83)

Yo también he venido hasta Andes para que mi corazón, como el de Carducci, pudiera sentir el espíritu de Virgilio. Y puedo decir que lo he sentido. Ya lo llevaba dentro cuando pisé las llanuras mantuanas, es cierto. Como también es cierto que hay un lugar en el que ese sentimiento se ha manifestado en toda su radiante plenitud: la Vallazza.
La Vallazza es un pequeño embarcadero junto al rio Mincio, a doscientos metros de Piètole Vecchio, un espacio protegido dentro del ya protegido Parco dil Mincio. Durante mi breve estancia veraniega en Andes / Piètole, el sol inclemente que señorea este mes de julio, con temperaturas que rondan los 40 grados, me ha llevado a buscar las horas frescas del día para dedicarme a pasear, ir en bici, leer y a escribir, ya sea con la primeras luces del alba, o con el vaporoso caer de la tarde (le pido prestado el adjetivo "vaporoso" a Carduccí (me encanta ese adjetivo toda la secuencia de Carducci para describir la puesta, il tramonto, en italiano: "il tramonto involgeva tutto d'un rosso vaporoso tepore". Es un adjetivo muy oportuno, porque, en efecto, a causa de la cercanía del río y de las innumerables acequias que discurren junto a los caminos de la llanura, en el ambiente del alba y de la puesta, un ligera neblina envuelve casa y prados.
Así pues, cuando las luces de mi primer alba en Andes entraron por la ventana de mi habitación, tomo un ligero desayuno, me visto con ropa fresca y cómoda, cojo un ejemplar de las Bucólicas de Virgilio y me dirijo a la Vallazza. La intención no es otra que, con el frescor de la mañana, leer la églogas allí donde nacieron.
Llego hasta el río Mincio por un sendero de tierra. Junto al camino, sombreado incluso en las horas centrales del día, discurre una acequia en la que despuntan cañas y juncos. Se respira una paz inmensa. Una veintena de barcas de pescadores reposan en el pequeño embarcadero y un bosquecillo de chopos cobija un merendero fresco y limpio. El Mincio, en su amplísimo meandro,  fluye silencioso, lento y pausado. Lejos del alboroto de la ciudad, aquí sólo se escucha el canto de las cañas y de las hojas mecidas por la brisa.
Me siento en un banco junto a la orilla. Disfruto durante un buen tiempo de la tranquilidad y del silencio. El alba ya ilumina la mañana y, en poco tiempo, un sol rojizo se alza sobre los árboles de la orilla opuesta y se refleja sobre el río. Dos cisnes se han acercado al embarcadero, buscando comida entre los cañizares. Una gran carpa ha saltado fuera del agua para cazar al vuelo algun insecto que le servirá de desayuno. 
A esas horas aun no hay nadie en la Vallazza. Abro el libro. Quiero que, en un humilde homenaje al poeta, sus versos resuenen de nuevo junto al río, así que leo en voz alta el texto de la primera égloga:

"Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi...·

Como es bien sabido, la primera égloga de Virgilio es un precioso diálogo entre dos pastores, Títiro y Melibeo. Melibeo debe abandonar las tierras paternas a causa de las confiscaciones de tierras que siguieron a la guerra civil. Títiro, en cambio, podrá conservar sus campos gracias a la intervención de un "joven divino", César Octaviano, el futuro emperador Augusto. Todos los comentaristas antiguos y modernos coinciden en que el poema refleja una situación vivida realmente por Virgilio, ya que su familia fue víctima de las confiscaciones, y fue Octaviano quien, por mediación de personajes influyentes como Aisinio Polión,  le restituyó las tierras. Melibeo no muestra ni ira ni rencor sino tan solo una infinita tristeza que transciende lo particular para ser un canto al dolor universal de todos aquellos que, aun hoy, tienen que abandonar su hogares, empujados por las guerras, la intolerancia y la miseria.

Busco en el texto y releeo los versos en donde Virgilio describe los campos (habla Melibeo, dirigiéndose a Títiro):

Fortunate senex, ergo tua rura manebunt...

Afortunado anciano, pues conservarás tus campos,
y bastará con ello. Aunque la roca desnuda
y la marisma cubran de junco fangoso el prado,
no enfermarán las hembras en pastos desconocidos
ni sufrirán los males de los rebaños vecinos.
Aquí, feliz anciano, entre rios conocidos
y entre fuentes sagradas, tendrás una sombra fresca.
Aquí, igual que siempre, junto al seto del vecino,
cuando las abejas liben la flor de la sauceda,
te invitarán al sueño con su zumbido lligero.
Aquí, bajo una peña, cantará tu podador,
y las torcaces, delicias tuyas, no dejarán
de gemir, ni las tórtolas, ni desde la copa de un olmo.


Cierro el libro. Respiro una nueva bocanada de serenidad y regreso con aquello que vine: con Virgilio en el corazón.



Nota: Este escrito ha nacido un día caluroso de julio en Figueres, recordando mi estancia reciente en Andes: los paisajes y situaciones  descritos, el pueblo, el río, los cisnes, son absolutamente objetivos y tangibles. En cuanto al resto, especialmente el uso de los adjetivos y del punto de vista, pertenecen al campo de la percepción subjetiva de la realidad y se quedan, por lo tanto, en el baúl de las emociones. El fragmento del discurso de Carducci y los versos de Virgilio han sido traducidos por quien os habla. Para Virgilio me he decantado por una serie de casi-alejandrinos formados por dos hemistiquios de 5+7 sin rima. La imagen que encabeza esta nota fue captada en el amanecer que se describe en el texto. En cuanto a la música, decidme que me repito, pero tenía que ser un fragmento del "Verano" de Vivaldi. Como yo no entiendo mucho de esto, me he dejado guiar por "el señor Youtube" y he elegido una versión interpretada por Mari Silje Samuelsen:
https://www.youtube.com/watch?v=-fpvdXNcr90


Para ti, lector, con cariño.

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